Triunfo de la Libertad, aunque para algunos es una victoria pírrica

Rafael Loret de Mola

Quizá para algunos sea una victoria pírrica por los altos costos pagados; aún así, lo digo sin falsas hipocresías, la aprehensión, en Cancún, de Pablo Salazar Mendiguchía, acaso el político más perverso de cuantos he conocido -¡y de verdad la lista es larga!-, me impulsó, jubiloso, a beberme media botella de champaña en el despacho que fue de mi amigo, Conrado de la Cruz Jiménez, cuyo corazón resistió siete años de acoso sin tregua y sin claudicaciones. Cuando cayó se llevó con él una de las medallas mayores a la que cualquier hombre puede aspirar: la de la dignidad intacta, el honor íntegro. Ganó su pelea aunque Salazar, en su guarida de millonario, festinara la partida del vigoroso director.

Ya no está el brujo de Coronel detrás del escritorio sino una foto de Conrado con ese su perfil, entre socarrón y escrutador, que a muchos cohibía y a mí me permitía extender el humor negro como remanso necesario para atemperar el dolor en la trinchera. Por eso fui amigo de Conrado y por eso, en el día de la libertad de expresión, levanté mi copa para chocarla con la de doña María Morales, a quien conocí a fondo en estos días captando para siempre la simbiosis espiritual que vive en ella y hace vivir a Conrado, y con Ana María de la Cruz, quien dejó su hogar parisino para volver a Tuxtla a recoger la bandera de la libertad de expresión legada para ella por su padre y su hermano Conradito de la Cruz Morales.

Me duele recordarlo pero es necesario. Al hijo del viejo luchador lo escarnecieron, encarcelándolo por delitos que jamás pudieron comprobarse –vender alcohol adulterado en su centro nocturno y corromper a menores porque le dio trabajo perentorio a un muchacho hambriento-, y atenaceándolo, con las peores bajezas cada que “Cuarto Poder”, el diario vivir de Tuxtla Gutiérrez, fundado por mi amigo Conrado hace treinta y seis años y líder en la región sin género de dudas, osaba cuestionar al “evangélico” cacique, Salazar Mendiguchía, para provocar en él su frenética esquizofrenia. Apandaban al muchacho y lo sometían a las peores torturas, para devolver así, con la bajeza del sátrapa, los cuestionamientos severos contra las múltiples desviaciones, económicas y sociales, de quien se creyó dios entre los chiapanecos y ahora clama, en su delirio, por sufrir el calvario de los que se pretendieron redentores y sólo fueron farsantes en su pequeño zoológico gregario. Porque sus hermanos también hicieron de la prepotencia, el numen de sus creencias con el maquillaje de una falsa religiosidad. Tremendo.

Me sentí orgulloso de estar allí. Festejando la caída de quien encarceló a quinientos, nada menos, de sus adversarios políticos y los persiguió con una saña que, en lo personal, no había observado ni en los peores caciques del sur, ni el campechano Sansores y el yucateco Cervera, por ejemplo. No dejé de escuchar historias terribles durante dos días en Tuxtla, el lunes 6 y el martes 7 –cuando celebro mi libertad alzando la voz-, hasta que llegó a la redacción el cable más esperado durante más de una década: el ex gobernador maldecido, cobarde y rastrero, quien pretendía incluso ser candidato a senador, cayó en manos, ahora sí, de la justicia. Y comenzaron los brindis que no se extinguen dentro de mí al recuerdo de la entrañable jornada.


Debate

Acudí a la capital de Chiapas –en donde, en 2005, protagonizamos un plantón, frente al Palacio de Gobierno y al lado de media docena de directores de periódicos para calificar al gobernador Salazar Mendiguchía, en ejercicio entonces, como “enemigo número uno de la libertad de expresión”-, a invitación expresa de “Cuarto Poder” para disertar sobre la sucesión presidencial, rendir un homenaje a los dos Conrado –muertos de sendos infartos masivos aun cuando entre uno y otro existía una brecha de treinta y nueve años-, y denunciar, una vez más, las tropelías de Salazar.

Decenas de colegas y más de medio millar de personas acudieron al llamado y atiborraron el auditorio; y llegaron también, en pequeñas y significativas comitivas, algunos de los damnificados de la tormenta Stan cuando el régimen de Salazar administró once mil millones, apartando mil sin el menor respaldo. Y no sólo eso: otros faltantes fueron justificados por aquel mandatario como “su bono sexenal”, “merecido” por tantos “sacrificios” mientras armaba operativos con su brazo negro, Mariano Herrán Salvati, preso hace tres años, que se traducían en una feroz represión contra sus adversarios y cuantos osaban no arrodillarse ante el falso icono que bendecía con una mano, para la fotografía, y laceraba con la otra hasta las últimas consecuencias.

Solicité que al lado mío sólo se colocara un busto de Conrado, para hacer sentir su presencia en los demás como la sentí yo apenas llegué a su ciudad y entré a su periódico. Allí está él, como fantasma, para que nunca olvidemos, para que jamás claudiquemos. Y a él me dirigí para decirle que ya habíamos pagado altos costos por nuestra dignidad y que, aun cuando hubieran caído los generales, allí estábamos los soldados, todavía con voz y coraje, para seguir empuñando las armas del periodismo:

--Los periodistas –dije- resisten más que las mafias. Por eso sobrevivió “Cuarto Poder” ante el acoso del sátrapa.

Conmovido, como observé lo estaba también la concurrencia, exigí que se considerara las muertes de los dos Conrado como homicidios, tipificándoles así porque fueron efectos de la tortura, material y psicológica, de la represión, la infamante y delirante fabricación de delitos, el encarcelamiento y el exilio. Salazar debe ser señalado como asesino y no sólo como responsable por peculado.

Y poco después del mediodía de ese día inolvidable, el siete de junio, clamé:

--¡Cárcel para Pablo Salazar! No quiero irme de Tuxtla sin saber que, de verdad, se hará justicia.

Exactamente seis horas después, el perverso Salazar caía, asombrado, en manos de los ministeriales que le llevaron a Tuxtla y a la cárcel.



La Anécdota

El gobernador Juan Sabines Guerrero me contó, no hace mucho, que cuando recibió la noticia de que Conrado padre había muerto en Miami –el 15 de enero de 2007-, colgó el auricular y volteó a su derecha, en donde todavía permanecía el “fiscal general”, Mariano Herrán, con quien Salazar pretendió extender su poder blindándolo con un cargo extemporáneo que no pudo sostenerse porque lastimaba la más elemental ética, y éste le dijo al oído, lacayuno:

--Mi gobernador: éste es el momento para que podamos apoderarnos de “Cuarto Poder”.

Remató Sabines su relato:

--En ese momento acabé de medir la estatura moral de Herrán... y de Pablo.

E-Mail: rafloret@hotmail.com

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